La Limoncita

Por Jorge Mario Escobar

Limoncita, así le decíamos en casa. No parecía muy romántico, pero para hablar de ella siempre pronunciábamos ese nombre, ya no era un apodo ya era su nombre. Yo lo pronunciaba y me la imaginaba hermosa su cabello en la espalda, sus ojos enormes y un lunar muy cerca de su labio superior.
Se había ganado ese nombre un día que estábamos es un encuentro de un partido de avanzada, por no decir de izquierda.
Desde la maña hacíamos parte de ese conglomerado, oyendo teorías sobre un mundo mejor.
El reloj mostraba las 12 y 30 p.m. , el almuerzo estaba bien servido y ya lo disfrutábamos con avidez, de pronto la miré y vi sus enormes ojos descansando sobre los míos. le sonreí, ella me premió con una enorme sonrisa y cerrando lentamente uno de sus preciosos ojos grandes. Mi corazón se movió como si tuviera prisa. Luego de un suspiro me transporté lentamente al firmamento y regresé, rebosante de alegría.
Ese gesto me dijo todo lo que yo querían oír en mis oídos. El gesto fue más incierto, pero más reconfortante que las palabras.
Ahhhh Limoncita.. ¿la querías?
Caminé hacia donde ella estaba, tomé su mano. Sonrió, se formaron en sus mejillas dos hermosas líneas.
–¿Nos escapamos de este evento? –Pregunté.
Atravesamos el parque de mi barrio que se hizo testigo de un romance simple. Su mano permanecía asida a la mía como en un pacto de unión perpetua. Quise besarla, pero la sociedad era cruel y no entendía. Quiso besarme, pero los prejuicios familiares no se lo permitieron. Corrimos, gritamos y cantamos como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para desahogar ese deseo enorme de fundir nuestros labios en una promesa de amor eterno.
El sitio era hermoso, la música de moda, años 70. Una cerveza, reíamos, cantábamos, siguiendo la canción que sonaba, tomábamos nuestras manos y juntábamos nuestros rostros como queriendo demostrar lo que sentíamos.
La segunda cerveza, fue romántica, después del primer sorbo. mi boca se juntó a la de ella. muy poco tiempo. nuestros rostros rebotaron hacia atrás unos pocos centímetros, la miré con pasión hermosa, ella me depositó una mirada llena de ternura.
Rompí el silencio:
–Te amo –resonó en el universo.
Ella no dijo nada, suspiró, puso su mejilla sobre la mía y apretó mi mano.
Estábamos en otro mundo.

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